Jorge Lanata: El periodista que revolucionó una generación con su genio y sus contradicciones

Jorge Lanata, una figura central en la historia del periodismo argentino y, sin lugar a dudas, uno de los más influyentes desde el regreso de la democracia, falleció este lunes. Su legado trasciende aciertos y contradicciones, porque su impacto marcó a generaciones de periodistas, entre ellos a quienes, como yo, encontraron en su manera de comunicar una inspiración para abrazar esta profesión.

En los albores de la democracia recuperada, Lanata irrumpió con una propuesta diferente, desafiante y joven: Página/12. Fundado en 1987, ese diario representó una bocanada de aire fresco en un contexto donde el periodismo se debatía entre la solemnidad y la complacencia. Con irreverencia y audacia, Página/12 cuestionó el status quo, abrazó las causas de los derechos humanos y se convirtió en una trinchera para quienes buscaban un periodismo comprometido con la verdad y el cambio social. En una democracia todavía joven, ese periodismo era un faro, una invitación a pensar más allá de los límites impuestos.

En televisión, Lanata también fue revolucionario. Antes de él, el modelo predominante estaba encarnado por Bernardo Neustadt y Mariano Grondona: mesas austeras y una neutralidad que solía beneficiar a los poderosos. Lanata rompió con ese esquema y llevó a la pantalla una narrativa cargada de dramatismo y espectáculo, sin sacrificar la investigación y la denuncia. Programas como Día D y Hora 25 transformaron el modo de hacer periodismo en televisión y radio. Era un comunicador nato, capaz de capturar la atención de la audiencia y desafiar al poder con un estilo único.

Recuerdo cómo su figura marcó mi adolescencia. Por entonces, aspiraba a ser periodista deportivo, pero verlo a él me hizo replantear mis metas. Su manera de enfrentarse al poder, de desafiarlo y de decir lo que nadie más se atrevía, resonó profundamente en mí. Fue decisivo: quise estudiar periodismo por él.

Sin embargo, también hubo decepciones. Cuando se sumó al Grupo Clarín, el mismo que había combatido con vehemencia durante años, algo se rompió. Para muchos de mi generación, que lo teníamos como referente, esa alianza fue una derrota simbólica. No se trataba solo de Clarín, sino de la sensación de que todo, incluso los ideales, podían ser comprados. Aun así, nunca dejó de ser el Lanata que admirábamos: un provocador, un distinto, alguien capaz de transformar un programa de política en un show televisivo que desafiara el rating.

La coherencia fue quizás su gran deuda con el periodismo. No midió a todos con la misma vara y, en sus últimos años, parecía haber adoptado una cómoda cercanía con los poderes que antes enfrentó. Pero su contribución a la creación de un nuevo estilo fue mucho más potente. Su capacidad para provocar, comunicar y colocar temas en la agenda pública es innegable.

Prefiero recordarlo como el fundador de Página/12, el creador de Hora 25, Día D y Veintitrés. Ese es el Lanata que marcó a una generación, el que hizo que muchos de nosotros eligiéramos esta profesión. Con todas sus luces y sombras, Jorge Lanata fue, para mi generación, el periodista más importante e influyente de la historia reciente de la Argentina. Aunque reconocerlo tenga un sabor agridulce.